La planeación del desarrollo turístico como una industria comunitaria

Tourism development planning as a community industry

(*)María Cristina Sosa

(*)Investigadora independiente
Wanda, Misiones, Argentina
macrisol@gmail.com

Fecha de recepción: 21/03/2022 - Fecha de aprobación: 21/04/2022
DOI: https://doi.org/10.36995/j.visiondefuturo.2023.27.01.002.es

RESUMEN

El turismo ha sido uno de los sectores de actividad económica con mayor crecimiento antes de la pandemia; esto se ha debido, entre otras cosas, a su relación con el impulso de las economías locales en regiones menos desarrolladas. Pero uno de los mayores desafíos que enfrenta el desarrollo es mejorar las condiciones de vida de las personas de manera equilibrada y equitativa, y este desafío se traslada al punto inicial del desarrollo turístico: su planeación. La planeación del desarrollo turístico ha evolucionado a través de diferentes enfoques, en los que el interés estuvo centrado en determinados aspectos del desarrollo que con el tiempo demostraron no ser suficientes para garantizar una mejora equilibrada y sostenible del destino, afectando directamente el bienestar de los residentes locales y su conformidad con la actividad. El enfoque más actual de planeación es el que se centra en involucrar a los actores locales para decidir sobre el desarrollo turístico que desean en su comunidad. En este artículo se revisan los fundamentos teóricos de este pensamiento, que posee una fuerte base en la literatura inglesa, pero también ha sido muy reforzado desde la perspectiva latinoamericana. Se concluye que una planificación turística basada en los intereses y dinámica comunitaria, que aumente la percepción de beneficios colectivos, es clave para la sostenibilidad y competitividad del destino.

PALABRAS CLAVE: planeación, desarrollo turístico, participación comunitaria, sostenibilidad, competitividad.

ABSTRACT

Tourism has been one of the fastest growing sectors of economic activity before the pandemic; its sustained growth over the years has been due, among other things, to its relationship with the promotion of local economies in less developed regions. But one of the biggest challenges facing development is to improve people's living conditions in a balanced and equitable manner, and this challenge is transferred to the starting point of tourism development: its planning. Tourism development planning has evolved through different approaches, in which interest was focused on certain aspects of development that over time proved not to be sufficient to guarantee a balanced and sustainable improvement of the destination, directly affecting the well-being of local residents and their compliance with the activity. The most current approach to planning is the one that focuses on involving local actors to decide on the tourism development they want in their community. This article reviews the theoretical foundations of this thought, which has a strong base in English literature, but has also been greatly reinforced from the Latin American perspective. It is concluded that tourism planning based on interests and community dynamic, which increases the perception of collective benefits, is key to the sustainability and competitiveness of the tourist destination.

KEY WORDS: planning, tourism development, community participation, sustainability, competitiveness.

INTRODUCCIÓN

La planeación del desarrollo turístico es una actividad que ha transitado por diversas facetas, caracterizándose en determinadas épocas por colocar mayor énfasis en los aspectos económicos y físicos del territorio, que con el tiempo demostraron no ser suficientes para garantizar un desarrollo equilibrado y sostenible. Conforme evolucionan las formas de vida, también lo hace el entorno y se acentúa la necesidad de mantener una relación más equilibrada entre el capital económico, natural y social de los espacios geográficos; esta relación constituye el principal desafío de la sostenibilidad, y es que una trayectoria de desarrollo que conduce a la reducción del acervo natural, cultural y social deja de ser sostenible, aunque aumenten otras formas de capital (Gallopín, 2003; Dwyer, 2005).
La concepción del turismo como una industria es un hecho sobre el que no existe una postura generalizada entre los analistas y, aunque es comúnmente empleada la palabra “industria” cuando se hace referencia al sector turístico, se argumenta que no es correcta dicha acepción, al no existir cosa alguna que pudiera identificarse como la “fábrica del turismo”, ni un proceso de transformación de recursos que dé como resultado un producto final o intermedio llamado turismo (Boullon, 2006). No obstante, y sin pretensión de entrar en tal debate, en este artículo se emplea la expresión industria comunitaria para referir a la actividad turística en un sentido figurado, a fin de resaltar el carácter sistémico e integrador que logra tener en la comunidad al ser capaz de articular a todos los sectores de la misma, logrando así, en conjunto, conformar la experiencia turística del visitante.
Adicionalmente, la adopción de las expresiones industria comunitaria e industria turística, busca destacar la importancia que posee la actividad para el desarrollo local, lo que la pone al nivel de otros sectores de la actividad económica como ser la agricultura, la construcción o el mismo sector industrial. Después de todo, antes de la pandemia el turismo había reflejado una expansión sostenida a través de los años, con una gran aportación a la economía global y excediendo incluso, en porcentaje de crecimiento, al incremento porcentual del PBI mundial (OMT, 2020).
Es de entenderse, entonces, que la planificación de una actividad de esta naturaleza no puede ser concebida desde una óptica limitada, es un deber hacerlo con un enfoque integral, lo cual abarca todas las dimensiones de la vida comunitaria. Y ¿quiénes pueden comprender mejor su realidad de vida y problemas asociados, si no es la misma comunidad que la padece? Por ello, el concepto de participación comunitaria se ha ubicado en el centro del debate de la sostenibilidad (Taylor, 1995), advirtiendo que son las voces de quienes viven y conviven en un territorio, residentes locales, las que primeramente deben considerarse al elaborar un plan de desarrollo turístico; no solamente por ser los afectados directos de las acciones que se emprenderán en el destino, sino, además, porque su bienestar y apoyo a la actividad turística, reflejado en el calor de acogida a los visitantes, se transforma en un elemento de competitividad (Murphy, 1985).
En este artículo se revisan los fundamentos teóricos de este pensamiento, a fin de comprender mejor por qué la participación comunitaria en la planeación del desarrollo turístico se ha convertido en un factor clave para la sostenibilidad y competitividad de los destinos turísticos, y cuáles son los desafíos que este enfoque plantea a las investigaciones futuras sobre planificación turística.

DESARROLLO

Planeación del desarrollo turístico

La teoría de la planeación se deriva de la teoría de la administración (también conocida como teoría de la gestión), donde la planeación es entendida como la primera de cuatro funciones que conforman el proceso administrativo, a saber: Planeación, Organización, Dirección y Control (Ver Stoner, Freeman y Gilbert, 1996).
La teoría de la administración es una disciplina académica del siglo XX que ha evolucionado en varios sub-campos de especialización, donde el tiempo y hechos históricos claves dieron origen a diversas escuelas y enfoques teóricos que guiarían el pensamiento sobre las organizaciones y su administración. Según Stoner, Freeman y Gilbert (1996), sus inicios se asociaron con la necesidad de aumentar la productividad y la eficiencia, que llevó al desarrollo de la Escuela de la Administración Científica en el período que va de 1890 a 1940. Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial el énfasis se centró en la complejidad de las grandes corporaciones, y se evolucionó hacia la Escuela de la Teoría Clásica de la Organización, dentro de la cual surgieron los subcampos de la Escuela Conductista y Ciencia de la Administración, a medida que las organizaciones comenzaban a centrarse más en las relaciones humanas y en la gestión técnica. Conforme las funciones empresariales se volvían más complejas, se empieza a abogar por el Enfoque de Sistemas y el Enfoque de Contingencias, haciendo énfasis en el carácter interrelacional y la influencia transcultural de los negocios.
Finalmente, el enfoque más actual de la teoría de la administración es el que se ha denominado Enfoque del Compromiso Dinámico, donde “las relaciones humanas y los tiempos están obligando a los gerentes a reconsiderar los enfoques tradicionales debido a la velocidad y la constancia de los cambios”" (Stoner, Freeman y Gilbert, 1996: 53). Aunque la planeación se ubica al inicio del proceso administrativo, se destaca la especialización de su campo de estudio y su importancia para el normal desarrollo de las demás funciones de gestión, que mediante el intercambio continuo de información permiten repensar las estrategias y acciones del plan en pos de adaptarse a los cambios del entorno (Murphy y Murphy, 2004).
En lo que respecta al turismo, la planeación del desarrollo turístico es relativamente reciente, los primeros trabajos importantes aparecieron en la década del 70 con autores como Gunn, Getz e Inskeep (Gunn y Var, 2002) y, al igual que sucedió con la teoría administrativa, también se ha registrado una evolución en la teoría de la planeación aplicada al turismo. Inicialmente el interés estuvo centrado en los aspectos económicos, y posteriormente, por largo tiempo, prevaleció el interés en los aspectos físicos del destino, donde destacan las interesantes aportaciones, en el caso latinoamericano, de Roberto Boullon. Más recientemente, se incorporaron las dimensiones social, cultural y de impacto ambiental. Entre los diversos enfoques de planeación que surgieron en este trayecto tenemos: Enfoque desarrollista, Enfoque económico, Enfoque estratégico, Enfoque espacial o físico, Enfoque de política económica, Enfoque urbanístico y Enfoque comunitario o regional; cada uno de ellos con un énfasis puesto en determinados elementos de planificación, pero a la vez con limitaciones para impulsar un desarrollo turístico sostenible (Blanco, 2019).
Esta evolución en el enfoque de planeación, así como la comprensión de la importancia que reviste esta actividad para el desarrollo del turismo, está relacionada con la evolución de la complejidad de la industria turística y con la concepción del fenómeno turístico como tal, que en la actualidad se caracteriza por dos elementos claves: el reconocimiento de su amplia interrelación con otras dimensiones de la actividad humana y la conciencia de sus impactos en el medio ambiente (Murphy, 1985; Gunn y Var, 2002).
De esta manera, mientras que antes de la pandemia COVID 19 el turismo continuaba consolidándose como una de las industrias más grandes mundo, en la vanguardia de las discusiones sobre sus impactos, los académicos han dirigido su mirada hacia la reducida eficacia en la planeación y la necesidad de desarrollar un esquema de coordinación más holístico, integrado, flexible y sensible, que contribuya al bienestar de las comunidades (Murphy, 1985; Gunn y Var, 2002; Tosun, 2006).
La ineficacia de los planes de desarrollo turístico centralizados, impulsados por el gobierno o por iniciativas privadas, ha sido advertida por los críticos en función de que a menudo resultan demasiado rígidos, inflexibles y poco realistas (Murphy, 1985). Comúnmente, el resultado de estos planes ha sido el desplazamiento del control de las comunidades sobre sus propios territorios y un desarrollo desequilibrado del destino, donde se emplazan por un lado, importantes polos turísticos y, por otro lado, sectores o barrios menos desarrollados dentro del mismo destino, que no llegan a acceder a los mismos servicios y beneficios, generándose hostilidades, conflictos e incluso rechazo de los residentes locales hacia los gestores turísticos y los visitantes (Reed, 1997).
Dado que el turismo es una actividad esencialmente relacional y experiencial, el comportamiento de la comunidad receptora en el destino juega un rol muy importante, y si la planeación y el desarrollo no se ajustan a las aspiraciones y capacidades locales, la resistencia y hostilidad de la comunidad puede conducir a elevar el costo de los negocios o, incluso, destruir el potencial de la industria turística en el destino (Murphy, 1985; Cordero, 2009). El modelo de Doxey (Tabla 1) constituye una herramienta a través del cual se puede comprender la importancia y vinculación que existe entre las actitudes locales y el desarrollo turístico.

De acuerdo a Doxey, los residentes locales pasan por varias etapas de actitudes, que se puede argumentar, corresponden con la disminución de la felicidad (Kozaryn y Strzelecka, 2016).

Tabla Nº 1
Ciclo de desarrollo turístico: Índice de irritabilidad de Doxey

Nota
. Fuente Kozaryn y Strzelecka (2016)

Murphy (1985) sugiere que el problema de disminución de la felicidad en los anfitriones locales puede ser superado a través de un enfoque más equilibrado en la planeación y gestión del desarrollo turístico, con mayor énfasis en su naturaleza interrelacional y un mayor balance en los procesos de toma de decisiones entre aquellos que mantienen los fondos (gobiernos, grandes negocios, bancos) y aquellos que tienen que vivir con los resultados y alterar sus formas de vida, de quienes además se espera  hospitalidad hacia los visitantes. De esta manera, su propuesta se centra en otorgar a los locales mayor involucramiento en las etapas de planeación del turismo en los destinos, para lograr una asociación más responsable. Por su parte, Healey (1997) sostiene que una planeación más inclusiva ayudaría a mejorar la calidad de vida de muchas comunidades, a agregar valor material no solamente a las empresas del lugar, sino a aquellos que comparten la experiencia de vivir allí, y de trabajar para sostener la capacidad crítica de la biosfera de un lugar.
Estos argumentos se fundamentan en una conciencia cada vez mayor respecto a la dependencia que tiene la industria turística de la responsabilidad de la comunidad receptora (Cordero, 2009), por lo que se concibe su planeación y desarrollo como una “industria comunitaria”, que debe desarrollarse en armonía con la capacidad y las aspiraciones de la zona de destino (Murphy, 1985) y con vistas a su sostenibilidad en el largo plazo.

Propósito, Concepto, Objetivos y Escalas de Planeación

La importancia de la planeación radica en que permite anticiparse y regular los cambios en el destino, a fin de promover un desarrollo más ordenado y sostenible, en tanto que la carencia de procedimientos de planificación puede guiar a la generación de impactos sociales, culturales, económicos y ecológicos de carácter irreversible del turismo (Cordero, 2009). Para D´Amore (1992), en el informe “Nuestro futuro común” de 1987 la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo expresa con alto nivel de optimismo que los problemas del desarrollo y del medio ambiente podrían ser resueltos si en la planeación se lograra vincular estas dos esferas.
El propósito de la planeación es crear planes de acción para un futuro previsible e implementar dichas acciones (Gunn y Var, 2002). Para lograr esto la planeación actúa como un proceso, vinculando decisiones y acciones pensadas para conducir a un único objetivo o a un equilibrio entre varias metas y objetivos (Hall, 2008; Murphy, 1985). De esta manera, en forma muy sencilla puede definirse la planeación como “un proceso de pensamiento y acción humana basada en ese pensamiento”. Involucra la toma de decisiones y formulación de políticas, pero ocupándose de un conjunto de decisiones interdependientes y sistemáticamente relacionadas más que de decisiones individuales (Hall, 2008: 8).
Murphy (1985) señaló que en la atmósfera laissez-faire de las sociedades occidentales, donde la industria turística ha sido dominada por el sector empresarial, la mayoría de los objetivos se han orientado hacia el crecimiento económico y los intereses comerciales, donde el turismo ha sido utilizado como un agente de desarrollo económico en regiones periféricas deprimidas y como una actividad de exportación; pero esta forma de planeación ya no es aceptable, debido a la fragilidad de ciertos recursos del ambiente y a la necesidad de protegerlos si se desea desarrollar una industria turística de largo plazo. Adicionalmente, McCool (2009) señala que al construir objetivos de turismo sostenible se ha seguido tradicionalmente el enfoque de planeación racional, que marginaliza el conocimiento experiencial y privilegia la elite científica, excluyendo frecuentemente a aquellos que son afectados por las decisiones.
Englobar los objetivos del desarrollo turístico dentro de un marco comunitario permite que cierto control y dirección local estén por encima del énfasis en los negocios. Al respecto, McIntosh (citado por Murphy, 1985) proponían cuatro objetivos claves:

Y desde una visión más actual, Gunn y Var (2002) sugirieron para un mejor desarrollo turístico las siguientes cuatro metas claves: 1. Incremento en la satisfacción del visitante, 2. Mejora de la economía y del éxito de los negocios, 3. Uso sostenible de los recursos, 4. Integración del área y la comunidad. Es así que el involucramiento de la comunidad en la planeación y gestión turística ha sido abordado por diversos investigadores (Haywood, 1988; Reed, 1997; Reid, Mair y George, 2004; Mbaiwa y Stronza, 2010; Lima y d'Hauteserre, 2011; Nault y Stapleton, 2011; Fiorello y Bo, 2012; Fox-Rogers y Murphy, 2013; Jaafar, Rasoolimanesh y Ismail, 2015; Tolkach y King, 2015; Bodosca y Diaconescu, 2015; Hatipoglu, Alvarez y Ertuna, 2016, Ruiz, 2017).
Resulta destacable el modelo de planeación turística para la participación local que tempranamente sugirió Murphy (1985) y al que denominó “enfoque ecológico”, encajando al turismo dentro de un ecosistema en el que los visitantes interactúan con las partes vivas (anfitriones, flora, fauna, servicios) y no vivas (paisaje, sol, mar) del sistema ecológico que caracteriza a la comunidad, para consumir un producto turístico. Existe una interdependencia en el sistema: los recursos naturales y la comunidad necesitan de la industria turística para informar, transportar y acomodar a los visitantes, mientras que en el proceso obtienen beneficios tangibles (como los ingresos y los servicios, por ejemplo); y por su parte, la industria turística necesita de los recursos, que son la base de la actividad, y del apoyo de la comunidad del destino para cumplir la función de hospitalidad (Murphy, 1985).
A partir de esta concepción, en la misma obra se identifican tres escalas de planeación, asociados con diferentes objetivos, según los intereses predominantes. En la escala nacional la principal preocupación se centra en cuestiones económicas y sociales, por lo que los objetivos de turismo en este nivel se manifiestan principalmente través de declaraciones políticas destinadas al desarrollo y conservación de los recursos que mejorarán el atractivo turístico nacional y las regiones deprimidas en particular. En la escala regional la principal preocupación pasa a ser la capacidad del ambiente y de la ruta de carga, dado que existen limitaciones regionales; los objetivos se vuelven más específicos, empleando modelos ecológicos y sistemas para determinar la relevancia de la compensación y las consecuencias. En la escala local son más importantes las implicaciones del desarrollo físico y los deseos de los residentes. Los problemas locales incluyen la preocupación por el impacto de las propuestas de desarrollo en el sitio y su efecto sobre la comunidad, que esencialmente se relacionan con la capacidad de carga local física y social, pero además de esto, lo concerniente al retorno económico que se puede esperar de la industria y la consideración del público, en el cual las propuestas producirán mejoras netas en comparación con las condiciones existentes, por lo que en este nivel la amplia participación en el proceso de toma de decisiones es reconocida como una necesidad legal y práctica (Murphy, 1985).
Por su parte, Gunn y Var (2002) identifican la escala local como escala destino, definiendo a este último de manera muy sencilla como la “comunidad y el área que la rodea”. Advierten que las comunidades desempeñan un rol clave en el turismo y que a menudo el crecimiento y la rápida expansión del turismo de masas han impactado sobre las mismas excediendo su capacidad para aceptar turistas: “Las zonas destino deben ser planeadas con sensibilidad en los impactos sociales, ambientales y económicos. (…) la planeación participativa es esencial. Los residentes merecen saber de qué manera el desarrollo turístico los afectará” (p. 26).
La orientación a la comunidad puede observarse en las políticas y objetivos de los planes de desarrollo turístico actuales. En Canadá, por ejemplo, la promoción del turismo basado en pequeñas comunidades con recursos naturales, llevó a desarrollar pautas aceptables para su futura expansión, que se han asentado en códigos de ética y lineamientos para la industria del turismo canadiense, a fin de dirigir sus políticas, planes, decisiones y acciones. Dichas pautas reconocen que la sostenibilidad del turismo no depende únicamente de la entrega de un producto de alta calidad, sino también, de un continuo espíritu de bienvenida dentro de la comunidad receptora (D´Amore, 1992).

Comunidad, Bien común y Participación comunitaria

Healey (1997) expresa que a veces la palabra comunidad se utiliza simplemente como sinónimo de “la gente que vive en un área”, resaltando la connotación geográfica del concepto, pero que el mismo también suele vincularse a un significado más profundo: en primer lugar, la imagen de un mundo social integrado basado en el lugar y, en segundo lugar, tiene connotaciones de oposición a las empresas y al gobierno (Williams y Mayo, citados por Healey, 1997).
En el primer caso, la imagen de comunidad se basa en un espacio limitado geográficamente, donde tienen lugar las relaciones de vida, trabajo, familia y amigos, donde las personas viven en redes sociales interconectadas y comparten un orden moral, una cultura de valores comunes, sistemas de significado y maneras de hacer las cosas (Cohen, 1985), es decir,  una visión de comunidad que integra el aspecto geográfico con el aspecto cultural (Cordero, 2009), donde las personas pueden ser diferentes, tanto individualmente como en sus recursos y oportunidades, pero residen en un hábitat común y mantienen un esquema moral y perceptual común.
El segundo caso, siguiendo a Healey (1997), involucra una imagen de la comunidad como una oposición a la fuerza dominante. Se habla de comunidad versus el Estado o las empresas, o las fuerzas de capital; expresa el interés compartido como seres humanos en tratar de vivir sus vidas, versus la esfera de las organizaciones de negocios y las instituciones políticas. Sin embargo, aquellos que se movilizan en estas dos esferas, también pertenecen a la comunidad y poseen preocupaciones comunes respecto a la vida cotidiana, por lo que deben gestionar la relación entre el trabajo formal y otras dimensiones de la vida.
Por lo tanto, la citada autora propone no separar la vida cotidiana, privada, de la esfera formal y pública, sino más bien, reinterpretar el concepto de comunidad para reconocer no sólo la naturaleza integrada de vivir, trabajar, reproducirse y relacionarse en un contexto, sino también la dificultad de llevar a cabo esta integración, refiriéndose a la organización práctica de la vida cotidiana con las representaciones en los ámbitos formales, donde la comunidad puede encontrar expresión y organizar actividades colectivas. Este enfoque representa un punto de vista que desafía la separación del trabajo y la gobernanza, reconoce la diversidad social y que las personas, aunque diferentes, frente al desafío de llevar a adelante la vida cotidiana pueden buscar un ámbito público donde colaborar con los vecinos para aliviar obstáculos, discutir asuntos de interés común y combinarse con otros que se preocupan por hacer algo al respecto. En tal sentido, la comunidad debe ser entendida como un “organismo vivo” (Tönnies, citado por Álvaro, 2010) y como tal, una entidad de organización compleja donde relación, interacción e intercambio están presentes en todos los órdenes que afectan la estructura de vida.
Un claro ejemplo de esto se encuentra en Floreana, perteneciente a las Islas Galápagos, un pequeño territorio donde a pesar de la diversidad de origen de sus pobladores y su consecuente falta de homogeneidad e identidad socio-cultural, las familias fueron capaces de unirse en colaboración para gestionar localmente la actividad turística, que por mucho tiempo había sido explotada por agencias externas que enviaban sus cruceros a la isla para disfrutar su paisaje paradisíaco, sin que esto repercuta en un beneficio para los pobladores de ese territorio. El acercamiento de las familias para un fin común y la puesta en marcha de sus capacidades de auto organización para controlar en alguna medida la actividad turística, encarando al avasallante mercado y al estado, sin resistirse a ellos, pero buscando instalar un modelo turístico alternativo como lo es el turismo comunitario, los condujo a través de un proceso que, en sí mismo, significó construir comunidad. En relación a esta experiencia (Ruíz, 2017) concluye lo siguiente:

No se trata, por tanto, de “romper con el mundo”, ni de plantear alternativas excluyentes que colisionen con sus propios intereses ambivalentes; sino, más bien, de generar complementariedades sin cuestionar frontalmente la hegemonía del Estado y el mercado, pero cuya puesta en marcha puede ir socavándola.
No hace falta homogeneidad social o ancestralidad indígena para construir comunidad; se pueden crear nuevos comunes más allá del anclaje a la historia o a las actividades “tradicionales”. Lo común y la comunidad son materia —ante todo— de voluntad y racionalidad. (p.352)

Vinculado al concepto de comunidad se encuentra el de “bien común”, que surge como producto de la vida en común. Álvaro (2010) señala que el término comunidad expresa relaciones recíprocas que tienden a la unidad, o más precisamente a la unión, por lo que, sin relación y sin unión, no se concibe la vida en común. Santo Tomás de Aquino concebía el bien común como el bien de todos, mientras que Maquiavelo lo concebía como el bien del estado (Sehringer, 2010); sin pretensión de entrar en los debates filosóficos de esta expresión, lo que aquí se resalta es que el bien común es aquel compartido por muchos, pudiendo ser un grupo, comunidad o sociedad, y como tal requiere de una disponibilidad y gestión de uso que no sea limitativo ni excluyente, pero además, que sea sostenible, a fin de evitar las “tragedias destructivas”, porque en pensamiento de Aristóteles “lo que es común para la mayoría es, de hecho, objeto del menor cuidado” (Ostrom, 2000: 25-27).
La actividad turística se sustenta en bienes comunes, dado que involucra los recursos de la biósfera. El turismo sostenible reconoce que la comunidad local es afectada por el desarrollo turístico y busca darle una voz efectiva en las decisiones acerca de las formas de turismo que se pueden ajustar a su ambiente. Entre los costos del turismo para la comunidad se pueden señalar la intrusión, congestión, elevación de los precios, crecimiento de la población, contaminación, aumento de la desigualdad social, de la prostitución y de los delitos, entre otros (Taylor, 1995; Ap, 1990).
Estudios realizados para evaluar la percepción de la comunidad revelan que existen diferencias en la aceptación del desarrollo turístico según se trate de residentes locales, empresas, gobierno, emprendedores turísticos que se encuentran dentro de la comunidad pero que no son parte de ella, etc. Madrigal (citado por Taylor, 1995) demuestra que el tiempo de residencia y la condición de nativo son factores importantes en la formación de la percepción de los residentes sobre el desarrollo del turismo; al respecto, los hallazgos de Lankford y Howard (1994: 134) sugieren que “si los residentes, incluso los nativos de largo plazo, sienten que pueden ejercer algún control sobre el proceso de desarrollo, gran parte de su temor respecto al desarrollo del turismo puede ser reducido", mientras otros estudios revelan que aquellos que se benefician del turismo observan menos sus impactos negativos frente a otros residentes (Jamal y Getz, 1995).
Por ello, el turismo sostenible también busca asegurar una razonable distribución de los ingresos y beneficios derivados de la actividad turística hacia la comunidad local, a fin de fomentar una mejora equilibrada en la calidad de vida de los locales, su apoyo y colaboración con el sector. Un ejemplo que ya fue mencionado anteriormente es Canadá, donde la iniciativa de minimizar los impactos del turismo se ha canalizado a través de instrumentos normativos: el código de ética para el turista se basa en el reconocimiento de que una alta calidad en la experiencia turística y su sostenibilidad a largo plazo dependen de la conservación de los recursos naturales, la protección del medio ambiente y la preservación del patrimonio cultural; en tanto que el código de ética para la industria turística agrega a la calidad del producto, el continuo espíritu de bienvenida de los empleados y la comunidad receptora (D ́Amore, 1992: 261-262)
Analizando los argumentos de Murphy, Taylor señala que el reconocimiento de que los residentes del destino son el núcleo del producto turístico le da un doble significado a la idea de participación: los deseos y las tradiciones de la población local deben dar forma al desarrollo turístico, primeramente, porque son parte de la atracción general de la comunidad y también, porque deben actuar como anfitriones, ya sea que estén directamente involucrados o no con el sector. El “calor de acogida” se utiliza en la promoción de lo que a menudo se considera un activo clave de la comunidad, dado que una comunidad amigable representa un atractivo para todo tipo de inversión y un elemento valorable para la publicidad del destino turístico (Murphy: 1985; Taylor,1995; Fiorello y Bo, 2012).
De acuerdo con Taylor (1995), desde la publicación de la obra de Murphy, Tourism: A community aproach, el concepto de participación comunitaria se ha ubicado en el centro del debate de la sostenibilidad, y en este sentido, su incorporación entre los objetivos del desarrollo turístico ha conducido a una serie de cuestionamientos, en los que estudiosos del tema han hecho aportaciones que ayudan a clarificar el tipo de participación que conduce a la sostenibilidad, entendiendo que existen distintas formas de participación y que no todas implican un involucramiento activo en la toma de decisiones, conduciendo esto a diferentes resultados en el nivel de beneficios que percibe la comunidad (Sosa y Brenner, 2021). Pero esto último es una discusión que excede al propósito de este artículo.
Lo que sí queda claro en este breve análisis es la necesidad de pensar en el desarrollo turístico como una industria comunitaria que conecta a todos los sectores del territorio local, y como tal, se funda sobre la voz y los intereses de los actores locales que se desenvuelven en cada uno de esos sectores, promoviendo el diálogo y tejiendo redes de colaboración que permitan potenciar el bienestar colectivo y el apoyo a la actividad turística, como elementos claves para el buen desarrollo e imagen del destino. Haywood (1988, citado por Leiva, 2022) lo ilustra de la siguiente manera:

La comunidad de acogida es el destino en el que los objetivos individuales, empresariales y gubernamentales se convierten en productos e imágenes tangibles de la industria. Una comunidad de destino proporciona los bienes de la comunidad (paisaje y patrimonio), bienes públicos (parques, museos e instituciones) y hospitalidad (promoción del gobierno y sonrisas de bienvenida), que son la columna vertebral de la industria [turística] (p. 195).

Adicionalmente, Jamal y Getz (1995) enfatizan que los bienes y recursos de una comunidad de destino como su infraestructura, instalaciones recreativas, atractivos naturales y culturales, etc., son compartidos por numerosos actores del destino local (habitantes, visitantes, intereses del sector público y privado como desarrolladores externos, financieros, emprendedores), señalando que “el desarrollo del turismo adquiere las características de un bien público y social [por lo que] ninguna organización o individuo puede ejercer un control directo sobre el proceso de desarrollo del destino” (p.193).
La reciente crisis sanitaria desatada por el Covid-19, que impactó profundamente en la industria turística a raíz de la paralización completa de actividades, nos demostró todavía más la importancia de no depender de programas y políticas externas para el impulso de los destinos y economías locales, sino más bien fortalecer a las comunidades para que, en forma análoga a una fábrica con procesos sistematizados, su producción y dinámica no se paralice frente a las amenazas que impone la globalización. Un claro ejemplo de esto lo vemos en la ciudad china de Whuhan, lugar vinculado con el inicio de la pandemia, donde una de las estrategias que permitió su rápida recuperación, a diferencia de muchos países occidentales, fue el impulso del turismo interno como política de reactivación de todos los sectores en el territorio oriental. Por ello, Leiva (2022) expresa lo siguiente:

En el contexto actual de crisis climática y sanitaria, en el cual se ha mostrado con claridad la vulnerabilidad del turismo, la planificación basada en la comunidad debería enfocarse al fortalecimiento de las capacidades internas de las comunidades locales, a la diversidad de sus economías y a la prevención de fenómenos adversos, antes que al crecimiento económico de la industria turística, aunque la misma surja de procesos participativos y comunitarios (p. 203).

Para concluir esta reflexión, resulta pertinente destacar una observación de Murphy (1985) que continúa siendo aplicable a la fecha presente, y es que a pesar de que el enfoque de planeación en turismo ha cambiado, todavía se encuentra muy por debajo de lograr equilibrar las prioridades ambientales y sociales junto con las económicas; “el énfasis en la responsabilidad de la comunidad debe continuar, ya que esta industria utiliza a la comunidad como un recurso, lo vende como un producto y, en el proceso afecta la vida de todos” (p. 185).
Alcanzar un desarrollo turístico sostenible depende, más que nunca, de dar participación a la comunidad en la búsqueda de soluciones, al ser la receptora directa de los problemas que se erigen por un desarrollo inadecuado. Aguirre (2007: 13) afirma “el turismo sostenible jamás se logrará por decreto, pero sí por participación”. Siguiendo al autor, el turismo sostenible continúa siendo un “concepto mágico”, del que mucho se ha hablado y discutido, pero siguen siendo miles los casos en América Latina, y otras latitudes, donde las cosas no se realizan como se debiera, y ya es tiempo de encauzar la realidad de manera pragmática hacia aquello que tanto se anhela.
Aunque en términos de gestión pública esto representa un desafío, las posibilidades que se generan actualmente a través del desarrollo de las TICs, hacen que su ejecución sea altamente factible; y lo que realmente queda por superar, haciéndonos eco de las palabras de Boullon (2006: 6), es el cumplimiento de una sola condición: “que se quiera hacer y se disponga del tiempo necesario para cumplir una tarea que requiere el rescate de parte de la energía empleada, hasta hoy, en crecer por crecer; para tratar de crecer con desarrollo, es decir, crecer bien.”

CONCLUSIÓN

La revisión y análisis teórico presentado en este documento permite comprender la importancia de la planeación del desarrollo turístico y cómo ha evolucionado su enfoque hasta llegar a incorporar la participación comunitaria, como elemento clave para garantizar un desarrollo equilibrado y sostenible, pero, además, para convertirse en un elemento de competitividad del destino. Se puede ver que los fundamentos en que se basaron los primeros autores en incorporar el enfoque comunitario a la planificación y gestión turística no han perdido vigencia, sino por el contrario, se han reforzado a través de experiencias y estudios conducidos en una gran diversidad de países, que bajo contextos culturales, políticos, sociales y geográficos muy diferentes, revelan la misma necesidad: convertir a la actividad turística en un motor para el desarrollo saludable del territorio, considerando los intereses, deseos y prioridades de quienes lo habitan.
La actividad turística se sustenta sobre bienes comunes, y como tal, debe resguardarse que los beneficios derivados lleguen a la mayor cantidad posible de residentes de la comunidad, sea que intervengan directamente o no en su prestación, por lo que su planificación debe contemplar, además de factores físicos y económicos como la generación de divisas o empleo, aquellos aspectos sociales y culturales que afectan la calidad de vida de las personas, manteniéndolas felices y predispuestas a un intercambio saludable con los visitantes.
Los habitantes de la comunidad no deben percibir una amenaza sobre su estilo de vida, sino más bien, visualizar en el turismo una vía para mejorar las condiciones de desarrollo del territorio, manteniéndose un adecuado equilibrio entre la expansión de la actividad turística y el desarrollo de otras actividades, como ser la agricultura, ganadería, pesca o producción. Concebir la planeación del desarrollo turístico como una industria comunitaria implica tejer redes de colaboración entre todos los sectores económicos que están presentes dentro de un territorio y aumentar la percepción de beneficios colectivos, de manera que cada actor local, desde el lugar en que se desenvuelve, y cuando tome contacto con un visitante, se convierta en un buen anfitrión para este.
Asimismo, en toda planificación turística, el patrimonio natural debe ser cuidadosamente resguardado a fin de evitar las tragedias destructivas que suele pesar sobre el cuando, al ser de uso común, no recibe el cuidado necesario para su preservación; pero al mismo tiempo, se debe evitar que, en aras de preservar el recurso natural, el control de los mismos quede bajo la órbita de un solo actor, público o privado, que no contemple entre sus decisiones la generación de beneficios hacia toda la comunidad.
No cabe duda que la planeación de destinos turísticos es una tarea compleja; por un lado, debido a la interdependencia que existe entre tantas partes interesadas, y, por otro lado, a causa del control fragmentado que suele haber sobre los recursos de un destino, lo que dificulta la tarea de una planificación integradora. No obstante, la necesidad de desarrollar destinos competitivos, pero a la vez sostenibles, nos conduce a afrontar este desafío buscando diferentes estrategias para reunir la voz y voluntad del mayor número posible de actores locales. En ocasiones, no se tendrá plena certeza del éxito de las estrategias a ser implementadas, pero la búsqueda también implica un proceso de prueba y error que ayudan a perfeccionar las técnicas y acciones del futuro.
Como se puede ver queda mucho por descubrir en este campo de investigación y, sobre todo, llevar a cabo distintas formas de acercamiento a realidades y prácticas comunitarias que ayuden a desarrollar las metodologías y mecanismos que faciliten el involucramiento local, para reemplazar los esquemas o mecanismos de participación altamente institucionalizados que hasta el momento han tenido lugar, generando críticas a su falta de flexibilidad y efectividad (Blanco, 2019). El impulso que se está viendo en la metodología de investigación-acción participativa que tiene su origen en territorio latinoamericano, y se expande con rapidez hacia otras regiones dentro del campo de la investigación científica, parece marcar un camino donde es de esperarse que investigaciones futuras refuercen la atención sobre estos aspectos, y que las mismas permitan descubrir formas efectivas de participación en la planeación del desarrollo turístico.

RESUMEN BIBLIOGRÁFICO

María Cristina Sosa

Licenciada en Administración de Empresas (2007) y Máster en Administración Estratégica de Negocios (2012) por la Universidad Nacional de Misiones, Argentina; Doctora en Gestión del Turismo (2018) por la Universidad Autónoma de Occidente, México. Realizó una estancia de investigación en la Universidad de Varsovia, Polonia (2017) y posee una especialización en Procesos y Metodologías Participativas otorgada por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (2020). Sus intereses de investigación se centran en modelos de gestión organizacional, participación comunitaria en toma de decisiones, turismo sostenible y ecoturismo. Actualmente investiga y realiza consultoría de manera independiente, habiendo publicado artículos y capítulos de libro en su línea de investigación.

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